La capacidad de controlar los impulsos aprendida con naturalidad desde la primera infancia, constituye una facultad fundamental en el hombre.
Una facultad que, en definitiva, tendremos que potenciar en nuestros hijos más pequeños si deseamos que el día de mañana sean personas voluntariosas y, sobre todo, capaces de gobernarse a sí mismas en todo momento. No dejemos para más adelante el intentar inculcar un cierto autocontrol al niño.
Una vez que haya pasado el periodo sensitivo de los primeros años, le costará mucho más adquirir esta importante virtud. Es precisamente en los primeros años cuando el niño más necesita de nuestra ayuda.
Ante sus ojos inexpertos se presenta todo un mundo de posibilidades que le aturden. Esto no significa que su creciente interés por lo que le rodea no sea una actitud normal e, incluso, positiva. Pero, eso sí, tendremos que ser nosotros los que comencemos a canalizar sus inquietudes y sus deseos. Y es que, para educar es necesario exigir, aunque esto suponga un esfuerzo para nosotros mismos.
Cuando se llega cansado a casa, por ejemplo, lo más sencillo es decir «sí» a cualquier capricho. El reto radica en ser lo suficientemente pacientes y fuertes como para decir «no» en el momento preciso. Si de verdad queremos lo mejor para nuestros hijos, tenemos que exigirles. Y es que de nuestra firmeza de hoy dependerá directamente la voluntad de nuestro hijo mañana. Educar en la sobriedad no es tiranizar sino conseguir que nuestro pequeño aprenda a controlarse y a valorar las cosas (pocas o muchas) que le rodean.
Con los niños de cuatro y cinco años los resultados suelen ser más positivos cuando les ofrecemos una información clara en el momento oportuno y apoyamos nuestras instrucciones (no comer dulces antes de la comida, entrar en un centro comercial sin tener que comprarle algo, ordenar la propia habitación, obedecer a la primera…), con ciertas dosis de cariño y una exigencia serena, perseverante y alegre.
No nos dejemos llevar por los nervios; cualquier madre o padre saben que un niño de cuatro o cinco años que no para de pedir puede sacar de quicio a cualquiera, pero a pesar de todo tendremos que tratar de corregirle desde la calma y el buen humor. Es, por ende, una buena ocasión para «educar» nuestro propio autocontrol… Puede ser bueno también proponer a nuestros hijos pequeños ejercicios de autodominio, envueltos en juegos o retos y en esto la creatividad de los padres no tiene límites.
Por ejemplo: «sólo podrá comerse una chuchería en todo el día pero, eso sí, será la que él quiera y en el momento que elija». Del mismo modo siempre es positivo que reconozcamos a nuestro hijo sus muestras de autodominio, destacando, en cada caso, lo que hizo bien. Este reconocimiento operará como estímulo para la próxima ocasión en que tenga que vencer su capricho. Debemos procurar dejarles, por último, un cierto margen de libertad e iniciativa.
No seamos nosotros los que digamos siempre la última palabra en todo. Es necesario que el pequeño vaya aprendiendo poco a poco a discernir entre lo que es una necesidad y lo que es un mero antojo.

 

Tomado en versión libre, del artículo
Autor: María Viejo y Manoli Manso
«De 0 a 6. La edad del autocontrol. ¡Guerra a los caprichos!»,
publicado en HACER FAMILIA, nº 64, junio 1999

 

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